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Entre la justicia y su madre

06.06.2016 15:36

Entre la justicia y su madre

(Para Albert Camus)

En la foto el filósofo y escritor francés, Bernard Henry Lévy al sufrir un nuevo ataque pastelero en Bélgica el pasado 31 de mayo de 2015. Participaba en un debate en la sureña ciudad de Namur. Volvió a ser víctima de Noël Godin, que se presenta como un agitador anarco-humorístico y tiene al filósofo francés como su blanco preferido. (Fuente: Redacción y Cultura).

Copia del capítulo del libro Las aventuras de la libertad de Bernard Henry Levy que nos leyó Lucas Cadavid en la tertulia.

Se trata de una frase. Una sola frase. Una frase que no escribió, por lo demás. Ni realmente dijo. Una simple frase de nada que pronunció así, como de pasada, en una vaga conferencia que daba en Estocolmo y que entraba dentro del programa del Nobel. Camus está fatigado. Ya no puede más de discursos, banquetes, festejos de todo tipo, entrevistas que es preciso conceder de la mañana a la noche. Y he aquí que en la sala donde se imparte la conferencia, hay un hombre que, desde hace una hora, no cesa de interrumpirlo e interpelarlo acerca de Argelia. No cabe duda de que este tipo lo está chinchando. Hace todo para provocarlo ¿Qué pretende? ¿Quién es este imbécil que ignora las denuncias que Camus ha hecho, de la miseria, de la tortura, del colonialismo? Camus está agotado. Con los nervios rotos. Se siente como antaño en Bael-Oude, cuando un muchacho le buscaba pelea y él, entre tanto, calculaba el golpe que lo dejaría tumbado ¡Si, eso es! ¡Ha encontrado la frase que cerrará el pico a ese hombre! Entre la justicia y mi madre, yo escogería siempre a mi madre. ¿Le gusta así? ¿Queda lo bastante claro? Camus está contento. El público ha aplaudido. El tipo ha rezongado pero se ha callado. Y Camus puede continuar su conferencia.

La frase está ahí. Ha quedado dicha. Apenas ha sido pronunciada cuando un periodista presente en la sala se apodera de ella. Luego otro. Que no está ahí. Y luego un tercero, un cuarto, y así sucesivamente todos los periodistas de Estocolmo, de Europa, del mundo, en una cadena infernal, harán resonar hasta el infinito la última frase del premio Nobel. Albert Camus ha dicho: “Entre la justicia y mi madre, yo escogería siempre a mi madre, etc.” Albert Camus… Albert Camus… La frase suena por todos los lados. Todo el mundo la cita. Está archivada, ahora. Sellada para siempre. Camus no se da cuenta de ello – nunca se da cuenta de estas cosas en un primer momento – pero la frase le sigue. Lo persigue, lo precede. Para cantidad y cantidad de gente que apenas conoce su nombre, la frase resume su posición, ¿qué digo?, ¡su filosofía, su vida! Y como ocurre que esta vida llega a su fin, como a Camus no le quedan – aunque él no lo sabe – más que dos años de vida, todo pasará como si, para esa gente que lo descubre, y también, ay, para la otra, esta fuera la última frase que él pronunciara en la vida.

Morir de una frase. Morir por dejar escapar una frase. Caer por culpa de una simple frase, como se dice de un gobierno que cae por un voto idiota o por una palabra mal interpretada. Nunca se sabe que es lo qué acabará con uno. Nunca se sabe cuál es la frase que va a resumir, petrificar, fijar toda la aventura. Los escritores deberían dar caza a esas frases que les atribuyen falsamente. ¡Ya tienen tantas en sus libros! ¡Y tan maduras! ¡Tan pensadas! ¡Tienen tantas frases verdaderas y hermosas que no los traicionaran nunca! En el fondo deberían hacer como los dandis. Ya se sabe: vivir cada minuto como si fuera a ser el último. Deberían hacer como si cada frase fuera a ser la que permanezca. Camus no lo hizo, Está en Estocolmo, esta tarde. Está contento. Fatigado pero contento. Esta noche va a guardar el traje de ceremonia que, en las fotografías, le da el aspecto de un bailarín mundano o de un gángster endomingado. Y no sospecha que la frase es ya como un disfraz suplementario, una arruga, un error de maquillaje que le quedará para siempre pegado a la piel. Querido Camus…

Yo adoro a Camus. De entrada, lo encuentro guapo, Valiente. Es raro un intelectual valiente, ¿no? Es raro un escritor al que casi nunca se le pueda achacar falta de nobleza  de corazón. Estoy seguro, además de que era divertido. Un poco pomposo, de acuerdo, pero divertido. Buen compañero. Un alegre juerguista. Tengo la impresión de que los dos tenemos el mismo humor, de que nos gusta el mismo tipo de mujeres. Estoy convencido de que si él hubiera vivido, habría sido el intelectual – acaso el único – al que yo hubiera llevado a las pruebas de La barbarie con rostro humano. Veamos… Nació en 1913… El año de la publicación de mi libro, pues, él habría tenido sesenta y cuatro años… ¡Sesenta y cuatro años solamente! No pensamos nunca hasta que punto somos contemporáneos de Camus. Yo, por mi parte, pensé una vez en ello. En 1977, concretamente. En plena batalla de los nuevos filósofos. Jambet y yo acabamos de ver en la tele Casablanca. Humphrey Bogart, Albert Camus. Casi al unísono, nos dijimos los dos que la batalla sería diferente, el clima sería más respirable, si Camus estuviera vivo. Adoro a Camus, ya digo. De toda esta galería de ancestros, es uno de los pocos a los que siento realmente próximo. Y uno de mis sueños es escribir un día un libro que le hiciera justicia. ¿Camus partidario de la Argelia francesa? ¿Y por qué no del OAS, ya puestos? ¿Camus fascista? Se le ha convertido ya en filósofo de las clases terminales… ¡Imbéciles! Aguardad.

Camus y Argelia, si. Camus en el colonialismo. Habrá que ocuparse del tema, en efecto. ¡Pero de verdad! ¡A fondo! Habrá que retomar los artículos de 1937. Releer Esa miseria en Cabilia, que es, con El viaje al Congo, de Gide uno de los clásicos de la tradición anticolonialista. Habrá que decir que él fue el primero. El primero durante mucho tiempo. Habrá que citar – y comentar – la frase sobre la miseria de Tizi-Ouzu, que constituye “un entredicho de la belleza del mundo”. Y habrá que contar el formidable clamor que provocaron esos personajes en la comunidad francesa lectora de L’ Echo de’ Alger. Camus y la tortura, también. Camus y "la tregua civil”. Camus, que no acepta, tampoco en eso, la política del crimen y de terror como programa. ¿Qué no se atreve a dar el paso? ¿Qué se aferra a la idea de que los franceses de Argelia son también “indígenas” con los mismos títulos de los mulsulmanes? Es cierto. Camus, complejo. Camus, desgarrado. Camus esforzándose desesperadamente por una solución que no transija ni con el derecho de los unos, ni con la imaginación de los otros. No digo que Camus haya tenido razón al esforzarse en eso. Más bien me inclino a pensar que yo mismo en esas fechas habría estado – excepcionalmente – más cerca de la posición de un Jeanson y de sus mozos de equipaje. Pero a Camus, una vez más solo le quedan dos años de vida. Los mismos que les quedan a los partidarios de la Argelia francesa para darse cuenta del callejón sin salida en que están metidos, o bien resignarse a la infamia. ¿Qué habría hecho Camus en esos dos años? ¿ Qué partido hubiera tomado? Nadie lo sabe, por supuesto. Aunque yo, por mi lado, tenga mis ideas al respecto. Lo que es cierto es que, por el momento, ni sus “posiciones” ni sus “silencios” fueron ruines.

Camus y Sartre. Camus, que tuvo razón frente a Sartre. No se dirá, no se repetirá nunca lo bastante cuanta razón tuvo. Camus frente a Sartre y la pandilla de Les Temps Modernes. Camus y El hombre rebelde. Camus y los gulags. Camus negándose a distinguir, cuando toda la izquierda le invitaba a ello, entre buenos y malos muertos, entre víctimas sospechosas y verdugos privilegiados. Camus es justo. Camus el recto. Camus filósofo del derecho de los Derechos del Hombre, de la democracia. La célebre declaración de D’Astier: “Es en la calle, no en los libros, done yo me percato de la miseria”. Y esa otra frase que me repito en silencio cada vez que los calores del debate o de la polémica intelectual me aíslan en exceso: “¡Solitarios!, dirá usted con desprecio. Tal vez, por el momento. Pero ¡qué sólos estarían ustedes sin esos solitarios!”. Camus o la nobleza del pensamiento. Camus o la prosa infalible. Camus, que tuvo la fuerza de resistirse hasta el final a las ventajas del pensamiento paradójico. Agudo, si: ingenioso, nunca. Errores, ciertamente: cinismo, apenas. Aquí me paro. Ya vale como programa. En cuanto al libro, precisa tiempo.