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GATOMALO

14.04.2014 01:16

SOLO EL ADIÓS ES NUESTRO

 Para Luis Fernando, en memoria

El tiempo se detuvo en lo más alto
y todas las palabras en punta se plegaron 
en el papel, en el silencio, en la llama
que ascendió por tu cuerpo.

Los libros se oscurecieron este día
Indagaron por ti 
por tu mano señalando una página eterna
o la última combinación de rey
junto a la torre de la noche.

Solo el adiós es nuestro
como tuyos los pasos alejándose
sobre el ajedrezado 
al cierre del gran juego.

En el centro del enigma
ahora resolverás
otra luz

dejarás abierta la voz
de todo cuanto amaste,
diciéndonos

—Llamándonos.

Pedro Arturo Estrada

Luis Fernando Estrada Zapata

A continuación damos a conocer uno de los cuentos de Luis Fernando Estrada Zapata.Gatomalo, fue Premio Raimundo Susaeta en 1990. Su hermano, Pedro Arturo,  también escritor y poeta, amigo y colaborador nuestro, nos autorizó para hacer esta publicación. Luis Fernando trabajaba en Confama en la biblioteca infantil y murió repentinamente en febrero de este año. 

                              Gatomalo

 

Los días de verano son muy calurosos y Gatomalo se aburre en la ventana.

La señora Vícky le da leche y el cartero John, dulce de guayaba.

Pero Gatomalo no está conforme. Quiere conocer un poco de mundo.

-Si tan sólo pudiera recorrer algunas calles --piensa para sí Gatomalo.

La señora Vicky Ïiene una escoba larga y dura corno piedra, que usa sólo para castigar sus travesuras.

—¡Qué día tan aburrido! -dice sin embargo, y esa misma farde decide escapar.

La oportunidad la pintan calva: Doña Vicky ronca como un tren.

Al tratar de salir, Gatomalo quiebra el jarrón chino de colección. El que más quería la señora.
                                  
Las calles son amplias, con mucha gente. Gatomalo camina y camina sin parar.

 Llega la noche inclemente y Gatomalo tiene hambre. Extraña su porción de leche, su dulce de guayaba.

Caminando y caminando, llega hasta un calIejón de basuras y ve que en el fondo hay otro gato, muy desnutrido por cierto.

Gatomalo es un gato de sociedad, no de suciedad, y decide cambiar de rumbo.

—¡Oye tío! —le chillo desde el fondo el desnutrido—. Parece que estás perdido ¿Qué buscas?

-¡Qué te importa! —se enfada Gatomalo, y sigue su camino.

Alguien le arroja un pedazo de pan duro. Gatomalo no aceptó sobras. Extraña su porción de leche y su dulce de guayaba.

Sin saber cómo, vuelve a dar al mismo callejón sin salida del gato callejero.

—Ja, ja, ja —ríe el otro al verle—. ¿Niegas que estás perdido?

—¡Qué te importa, paliducho! —contesta Gatomalo irguiendo el espinazo.

—Oye, no te enojes. Me llamo Gatoflaco, y vivo aquí por si me necesitas. Y tu ¿Cómo te llamas?

—Gatomalo.

—Mucho gusto. Puedo llevarte a casa si lo deseas. Sé donde vives, te he visto en la ventana de la casa rica —dice Gatoflaco.

—No estoy perdido, sólo daba una vuelta —replica Gatomalo avergonzado.

Gatoflaco sonríe y sugiere: 

—Si tienes hambre te invito a cenar...

—Qué tienes para comer? —pregunta Gatomalo.

—Sobras de pescado...

—No, gracias, sólo tomo leche y me gusta el dulce de guayaba.    

—Y eso, ¿por qué? —interroga asombrado   Gatoflaco.

—Porque soy un gato aristócrata —contesta Gatomalo.

—¡0h! Lo siento, debe dolerle mucho. También tengo una tía que tiene una enfermedad parecida —dice Gatoflaco.

—No es ninguna enfermedad, ¡ignorante!

—aclaro con altivez Gatomalo y entonces, se va sin despedirse, la cabeza muy alta y con aires de superioridad e inteligencia.

Al salir del callejón se topa de lleno con un enorme perro negro.

Gatomalo corre asustadísimo y entra otra vez al callejón, con el perro en los talones.

—¡Menudo compañía traes! —grita Gatoflaco desde su rincón al tiempo que salta al interior de un bote de desperdicios para 

protegerse.

Gatomalo hace lo mismo y juntos esperan a que el perro se vaya.

—¡Qué mal hueles! —dice Gatomalo.

—Es por el trabajo. Tengo que trabajar para comer —explica con humildad

Gatoflaco.

El perro se va y Gatoflaco salta al exterior  con facilidad.

Gatomalo salta y salta en cambio, pero no logra salir del bote, Confundido empieza a lloriquear como un niño.

Gotoflaco ríe y de un empujón, derriba el bote. Gatomalo sale, lloroso y apenado.

—Este mundo no es para mí —confiesa arrepentido—. Quiero volver a casa.

Gatoflaco lo consuela diciendo:

—No te preocupes, te llevaré.

 Amanece y Gatoflaco emprende el camino hacia la casa rica, seguido por Gotomalo que va triste, pues sabe que le  espera 

una merecida paliza con aquella escoba durísima.

Llegan a casa y nada más verlos, la señora Vicky llora, pero también busca la escoba.

Gatoflaco es expulsado a puntapiés y Gatomalo castigado a escobazo limpio.

Mas... con todo, la calma regresa, y con ella, la vida normal de Gatomalo en la ventana. Sólo que ahora, Gatomalo ya no se

 aburre tanto, pues, como un buen amigo, Gatoflaco viene a charlar con él desde la acera todas las tardes de calor.

Al despedirse, Gatomalo dice:

—Te espero mañana, compañero.

Y Gatoflaco sonríe, pensando para sí:

—Tengo un amigo de clase. 

El Autor

Luis Fernando Estrada Zapata nació en Santo Domingo (Antioquía) en el año de 1965.

Después de cursar el bachillerato aprendió la profesión de librero, que desempeña actualmente en la ciudad de Medellín.

Lector apasionado de Literatura Infantil y Juvenil, empezó a escribir hace ya varios años. Resultado de ello es el cuento titulado. La Amapola y el Cardo, finalísta del concurso “Raimundo Susaeta” en 1990 y publicado en la colección, El Jardín de los Cuentos de Edilux Ediciones.

Con Gatomalo obtiene en 1991 el premio único del concurso ya mencionado