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Hasta que la muerte los separó

13.04.2015 14:19

Ramón Vásquez y su pincel

Aquí me lo presentaron, 

en la inauguración de este mural en el Parque Erato, después recordé que nos habló sobre la muerte. Cuando me avisaron de la suya hace unos días, pensé en una de sus anécdotas: Un amigo vivía por fuera de Colombia, siempre que venía lo llamaba y cuando el Maestro contestaba le silbaba, un día lo llamó y quedaron de verse como era su costumbre,  pero cuando Ramón  llegó a preguntar por él  le contestaron que había muerto dos meses atrás.  

No asistí a su sepelio, sólo se me ocurrió buscar su obra en la web. No elegimos los recuerdos, no sabemos por qué son esos y no otros, la verdad, fue un momento muy grato y era preferible enfocarlo dentro de ese marco de alegría, de celebración, de sorpresa. Hay cosas que no podemos explicar, el Maestro Vásquez tampoco supo responder quién hizo la llamada. 

En los demás contactos con él, todos muy cortos y por coincidencia, hubo algún  toque del más allá, para mí no está tan lejos, sino más acá. Que le gustaba la anatomía y  para enseñarla a sus alumnos tenía tres calaveras, creo que una de ellas era risueña o mal geniada. Que creía - digo yo, quería – en la posibilidad de reencarnar porque estaba a gusto consigo mismo y con su entorno. Que no estaba preocupado por la muerte y hasta pensaba en repetir la historia de Matusalén. Que en varias ocasiones lo asaltaron experiencias espirituales o espiritistas, compartidas con su esposa. Vaya a saber por qué desde mi archivo memorial continuaba al rescaté de todo lo relacionado con  hechos cuestionados, lúgubres, tan difíciles de aceptar. Aunque ya el maestro tenía sus años una no esperaba su partida. La siento y no por haberlo conocido a fondo o por haber degustado su obra sino por todo lo contrario, por haber perdido la oportunidad.

Tanta fe, tanto optimismo, tantas ganas de vivir en su expresión y palabras… y ahí estaba yo, un lunes como hoy, centrada en las figuras estilizadas, en las levitaciones, en la locura de su Quijote, en esos rostros de expresión dolida comprobando una vez más nuestra fragilidad. El colorido y la belleza de su trazo, la vida y la alegría de su obra guardaban silencio y aunque brillaran en la pantalla yo volvía a los escasos momentos de contacto con el pintor, con el hombre, con el maestro, con el amigo de mis amigos de Sabaneta, como si su voz aún fuera perceptible y yo insistiera en alcanzarla.

María Jaramillo Villegas