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Humanismo y democracia

16.07.2015 21:22

Humanismo y democracia

Por: José Hilario López

El Oráculo de Delfos, deidad mítica  a quien los griegos solían acudir para indagar por el destino, no daba respuestas, sólo mostraba  indicios, pistas. Las respuesta tenía que encontrarla cada cual con el esfuerzo de la imaginación y la razón (El Logos).  Sobre este principio se creó el gran monumento humanístico legado por la Grecia Clásica, origen de la democracia occidental y del pensamiento crítico, base del humanismo liberal que se consolidó dos milenios más tarde con la Revolución Francesa.

Hoy la educación en casi todo el mundo sólo está produciendo máquinas utilitarias con mucha información pero sin capacidad de análisis, en lugar de ciudadanos preparados para decidir por sí mismos, de encontrar sus propias respuestas, ni mucho menos de ser críticos con las tradiciones, de comprender los logros y tragedias ajenas, o de comprometerse con soluciones para mitigar el sufrimiento de los más débiles y los desposeídos: ¡Un verdadero riesgo para la democracia! Es este riesgo el que la filósofa norteamericana Martha Nussbaum diagnostica como la crisis silenciosa, en su reciente libro titulado “Sin fines de lucro, por qué la democracia necesita de las humanidades”. Sólo el humanista es capaz de comprometerse consigo mismo y con el mundo en la búsqueda de soluciones que trasciendan el egoísmo.  

Es así como en casi todos los países, incluido el nuestro, se están suprimiendo las cátedras de arte y humanidades en los programas curriculares en los niveles primario, secundario y universitario; esto sumado al deterioro en la misma educación en el hogar. Estas materias son a menudo concebidas como ornamentos inútiles por quienes definen las políticas estatales, en un momento en que las naciones buscan  eliminar todo lo que aparentemente no tenga ninguna utilidad para ser competitivas en el mercado globalizado; es más, aquello que podríamos describir como el aspecto humanístico de las ciencias, es decir, lo relacionado con la imaginación, la creatividad y la rigurosidad en el pensamiento crítico, también está perdiendo terreno en la medida en que los países optan por fomentar la rentabilidad a corto plazo, mediante el cultivo de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para generar renta.

Detengámonos en la cultura política en nuestro medio, entendida ésta en dos campos: la participación ciudadana en la discusión de las políticas públicas y la lucha por la preservación de las libertades ciudadanas, a la que se refiere Martha Nussbaum y el comportamiento que como individuos o como colectividad  observamos durante los debates, vale decir el respeto por los valores que conforman la ética, en esencia la tolerancia y el respeto por las ideas ajenas, único camino de lograr acuerdos que permitan convivencia y  vida ciudadana madura para la paz.  La genuina participación depende de la calidad de la información que llega al hombre del común y la calidad del debate se basa en la educación humanística, que nos permite comprender las posiciones contrarias a las nuestras como elementos que pueden llegar a ser parte de consensos democráticos.

Es al segundo componente de la cultura política, al que me atrevo a llamar el humanismo liberal, al que más reclama hoy nuestra sociedad, cuando se están debatiendo los grandes temas y respuestas que permitan resolver la inveterada y endémica manera de acudir a la violencia, verbal y física, para debatir los problemas de la política y aún de la vida cotidiana.  Esta patología social no dudo en relacionarla con el fanatismo religioso origen de nuestras guerras civiles, ahora agravada con la ilegalidad que ha impuesto la cultura mafiosa donde ha caído una parte de la sociedad, incluyendo algunas instituciones.

Sólo la educación centrada en valores democráticos, formación humanística y ética  nos puede acercar una sociedad sana, donde los conflictos, connaturales a las sociedades humanas, se puedan debatir con respeto y tolerancia, en que mi contradictor no es el enemigo al que tenga que eliminar, ni mucho menos creer que el éxito propio depende del infortunio ajeno.  Resulta paradójico que el gran esfuerzo del Gobierno Nacional y gran parte de nuestra dirigencia para superar el conflicto armado con las Farc, esté llevando al país a grados de polarización y odio, que muchos tememos pueden conducirnos a una conflagración similar a la denominada violencia partidista de los años 40 y 50, más devastadora que la que se está tratando de resolver con los Diálogos de La Habana.