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La carroza de Bolivar

21.08.2014 18:29

Por: Evelio Rosero

Premio Nacional de Novela 2014

Ilustración de la cubierta
    

José Rafael Sañudo

  Apartes de la novela:

El caso fue –contó el doctor Proceso- que el 10 de junio salió Bolívar de Pasto hacia Quito y a escasas dos horas de su marcha un destacamento de jinetes regresó expresamente hasta la casa de Joaquín Santacruz, Entraron por la parte de atrás al establo, mataron dos cerdos y un asno, nadie se explicó por qué, asesinaron después a uno de los criados que iba a ayudarlos a desmontar, y se llevaron a Chepita del Carmen Santacruz. A menos de una legua de allí la aguardaba el  Libertador. La usó de inmediato, y la siguió usando al descampado durante toda esa marcha forzada hasta las puertas de Quito, seis días después. Sólo entonces la devolvió a Pasto.

 “Preñada – dijo Belencito, y bebió más.

 “Fue lo triste: tenía trece años, pero ocurrió; puede y suele ocurrir; señala de por vida, no tanto para la ciudad, que era lo de menos, sino para su propia familia, los míos. Su embarazo la distinguiría como una cicatriz en el alma, tan pronto se comprobó. Tratándose de otro padre, otro gallo cantaría. Pero un hijo de Bolívar era un hijo del odio. No se sabe que fue peor, si el incumplimiento del Libertador, o la terrible y loca decisión de Lucrecia Burbano: encerró a Chepita de por vida en su aposento del segundo piso, en esa antigua casa de Santiago”.

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Habían visto a la vieja desnudar a la niña, jabonarla, estregarla y lavarla una y otra vez enfrente de ellos, como si ellos no existieran, y sin que eso jamás les importara, ni a la vieja ni a la niña. El encargado no salía de su asombro: ¿Vieron desnuda a la niña? La vieron, señor: como para Su Excelencia.

Y la vieron entrar a la casa y cerrar con tranca la puerta, allí se encontraban señor, adentro: no era posible que huyeran.

Aguardaron otro minuto en el silencio terrible, porque de pronto nadie se atrevía  a llamar a la puerta. Pero se acabó el tiempo, para ellas, y golpearon. La puerta no se abría. Lo temible era que sentían venirse contra ellos otros ojos, los ojos de la vieja desde lo más profundo de las paredes de la casa atisbándolos. Entonces se oyó el galope de caballos que llegaban. El libertador desmontó…

… “Que la traigan” dijo el libertador.

Esa voz como de pájaro solo podía ser de Bolívar. Allí estaba el Libertador, en mitad del camino de piedra que llevaba a la puerta: los brazos en jarra; la quijada en alto; los ojos; “de águila”, como lo describen sus cronistas. El encargado se apartó discreto pero cauteloso. La voz de Bolívar fue suficiente, no resultó necesario tocar otra vez la puerta: en un instante la puerta se abrió. Y apareció la corpulenta viuda Hilaria Ocampo ante Bolívar, la misma mujer que el  domingo de Bomboná había cruzado bajo fuego enemigo la quebrada de Cariaco y subido al cerro, derrotándolo, la misma mujer. Solo que ahora no cargaba otra arma que una niña. La sostenía en uno solo de sus brazos: vestida de blanco, el largo pelo negro escurría agua sobre los hombros.

“Aquí tiene Libertador” dijo Hilaria Ocampo, y se la ofreció. Eso no lo cuento yo, Polina Agrado. Lo cuenta el soldado Fabricio Urdaneta, soldado- barbero allí presente, nacido en Riohacha y criado en Ocaña…

…Cuenta él, como registro primero de la fábula de boca en boca, y usted, doctor, me dirá si es o no cierto, cuenta que el Libertador se acercó  a recibir a Fátima “ sin dudas mayores”, y que estiró cada brazo “sin un titubeo”, la fue a recibir “hasta con impaciencia”, y lo vieron asomarse y dar un salto atrás y regresar en dirección a su caballo con el rostro demudado, a zancadas, “Reputa”, alcanzaron a oír su voz, “está bien muerta”.

Algunas  respuestas de Evelio Rosero 

- No hay estándares para dirimir sobre la verdad, sea del tiempo que sea. Hay que reconocer y verificar los errores, para no volver a repetirlos.

- "Con un poco de inteligencia" señala Sañudo, "Bolívar pudo pasar a su lado a los pastusos". Pero no lo hizo. Después de su derrota en Bomboná, derrotado por pastusos montañeses y mujeres y niños armados, su rencor fue grande. Al final, Pasto no defendía al rey. Los pastusos defendían su vida misma, sus tierras, sus haberes. El encono de los "libertadores" en su contra fue grande, y cruel. Fueron engañados y encadenados. También el departamento, desde los comienzos de la república, fue relegado. No se invertía un peso del erario en Pasto. Y, con todo y eso, la ciudad y el departamento, su gente pujante, sobrevivió. Hubo muchos factores en su primera actitud: la religión y los religiosos fueron determinantes. Pero, en últimas, la misma actitud de Bolívar los empujó a defenderse, liderados por el líder indígena Agustín Agualongo.

- No escribí con rabia. No he desconocido la gran energía de Bolívar, como tampoco la desconoció J. R. Sañudo, el historiador que alienta mi novela. Pero esa gran energía no apuntaba al engrandecimiento económico y educativo de la república, sino al poder. El poder absoluto, la vanagloria.

- Bolívar seguirá siendo tema de ensayos, de poemas, de libelos, de toda suerte, en fin, de pareceres. La verdad campea en algunos, en otros solamente la opinión medrosa, o falsa, halagüeña. Muchos de esos mamotretos tuve que leer a la hora de sentarme a trabajar en mi novela. Fue un triste recorrido. Ahora ya no quisiera saber de Bolívar. Fue suficiente, y lo que tengo que decir lo tengo escrito en mi novela.

   A propósito de una lectura bajo la inquietud de la sospecha

Le tomé cariño a Justo Pastor  Proceso López cuando leí La carroza de Bolívar. Al terminar el libro, Evelio Rosero se había perdido detrás de su obra, no era necesario pensar en él ni en la facilidad para desarrollar la trama, no, porque en medio de la complejidad de la historia, envuelto en la denuncia, más que pensarlo era preciso disfrutarlo. No se goza de un autor, más bien de su creación y aunque el escritor se dibuja en ella, se establece diferencia entre el ser y su composición. No sé, porque no conozco a Rosero, si me resultarán compatibles. Simplemente me sentí en conversación con el protagonista. Hablamos dos noches con el agrado de una lectura ágil pero profunda y llena de reflexiones.

La historia patria, la mal contada, la hecha por los vencedores, la asignatura aburridora del colegio, estaba ahí presentando sus denuncias, respondiendo inquietudes. Los cuadros que muy pocos han logrado en sus novelas, son envolventes, no pierden su fuerza, mejor aún van en franco ascenso a medida que la Carroza avanza, no hay capítulos de relleno, preciso los que te saltas para dolerte del autor. Esa, a lo mejor, fue la razón para sustituir a Rosero. El Ginecólogo doctor Proceso lo opacó. Me fui deslizando por cada episodio, hipnotizada por su valentía, por su personalidad, por su manera de ser tan terrenal, por su sexualidad y sus arrebatos casi siempre bajo control, por la cotidianidad de su existencia, por sus desvelos y sentimientos de culpa vividos en familia,  clásicos del  hombre social y opacados detrás de una fachada machista patentada como la única posible en nuestra cultura. 

Me gustó Justo Pastor, porque es un ser de este mundo,  me solidaricé con él por su decisión de sacar adelante una idea  ya muy ventilada sobre la historia de Bolívar, con pocos valientes al frente para divulgarla. Hoy, cuando recibo la noticia del Premio nacional de novela, otorgado a Rosero por  su Carroza, devuelvo la mirada al autor. Detrás de Justo Pastor hay un escritor con profundo conocimiento de las pasiones del hombre. Escribe desde la lealtad a sí mismo y la transmite en esta obra a su protagonista. Releí la novela, esta vez con mayor pasión. Justo Pastor, una fantasía sostenida por el ideal, cobra con este premio una posible intención, la de llamar la atención sobre la necesidad de una historia más justa, tal es su nombre. La ilusión de hacer valer el dolor de las víctimas desdeñadas por la historia, pasa del campo de lo posible, al del reconocimiento tardío… Hilaria Ocampo con su nieta Fátima, Lucrecia Burbano con su hija Josefa  del Carmen Santacruz, son tristes ejemplos de los muchos que nos trae el libro,  quedan los demás por saberse o los ya imposibles de verificar.  

De la farsa fatídica de Justo Pastor, Evelio Rosero da un gran salto al hacer realidad el reconocimiento por parte de la academia. Reza en la pasta del libro “En la Colombia de los años sesenta, todos prefieren vivir en falso antes que cuestionar los mitos fundacionales”. A lo mejor hemos empezado un proceso de cambio. A pesar de las duras críticas a Bolívar sostenidas bajo la trama impecable de esta novela, un grupo de expertos reconocen el valor de la obra. Rosero y Justo Pastor se dieron la mano, cumplieron con su objetivo. Ambos cimentaron su tarea en la del historiador nariñense José Rafael Sañudo. Su estatua, como dice el doctor Proceso, no preside el pórtico de la Academia Nariñense de Historia. Rosero, después de lamentarse en su novela de la suerte del historiador, recupera las palabras de Luciano de Samosata, en griego, aplicadas como epígrafe en su obra: Estudios sobre la vida de Bolívar. “No debes escribir para el momento presente, ni para ser alabado y honrado de tus contemporáneos; fija, al contrario, tus miradas en el porvenir; escribe para la posteridad, pídele el precio de tus trabajos  y haz que diga de ti: éste es un hombre libre, lleno de franqueza, ni adulador ni servil. La verdad está en sus obras”.

  Por: María Jaramillo Villegas

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 ¡Que pasó, pasó...! y  también con sabor a carnaval

En el año 2006, la escuela de samba Unidos de Vila Isabel, se robó la ovación del público la primera noche del carnaval de Rio de Janeiro. Los asistentes se levantaron de las gradas del Sambódromo cuando apareció una carroza decorada con una imagen gigantesca de Bolívar con el corazón en la mano y al ritmo de “Soy loco por ti, América”. Fue un homenaje a la integración de los pueblos latinoamericanos con representaciones de Bolívar, Eva Perón y Ernesto Che Guevara. Pdvsa, la compañía estatal de petróleos de Venezuela, patrocinó esta vez a Vila Isabel.