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La tangofilia de mis paisanos

21.10.2015 19:17

La tangofilia de mis paisanos

Por: Jaime Jaramillo Panesso

1. La escuela.

Para entender el gusto tanguero de los cofrades de este género que inmortalizó a Gardel y viceversa, debe tenerse en cuenta algo que por evidente no es necesario escribir. Pero al hacerlo nos da pistas del suceso. El tango llegó como canción hasta nosotros. No ocurrió lo mismo en su cuna genética, pues allí nació para ser bailado y por tanto su fundamento artístico es musical. El tango cantado, con sus letras arrabaleras, de conflictos sentimentales tóxicos, de amores profundos y descripciones barriales, de maternales y umbilicales sentimientos, de duelos agresivos y engayolados varones hizo su arribo a Medellín sin otra historia que sus propias letras que a poco andar se mezclaron con los aportes poéticos de letristas cultos como José M. Contursi, Homero Manzi, Homero Expósito, Discépolo, Le Pera, Cátulo Castillo, Enrique Cadícamo y otros. Han sido las letras de los tangos populares las que han formado el gusto de los tangófilos de ley y los simpatizantes de la música ciudadana. De ahí se concluye que los gustos y la tradición tanguera nuestra es radicalmente distinta a la de quienes desde su origen, rigen la composición, el estudio, la apreciación y la querencia por el tango en Buenos Aires y Montevideo. Lo nuestro es reflejo afectivo y estético por una género musical popular que se unió a nuestro ser cultural.

El tango entró por el oído y salió por la boca del pueblo. Es también cierto que se expresó en el silbo de los choferes y los vendedores de frutas y helados, en los policías y en los guachimanes de la cuadra. Pero el maestro del tango, el profesor del 2x4 fue el traganíquel del café esquinero, también denominado piano o rocola, el aparato eléctrico que canta por una moneda de curso legal. Esos “pianos” estuvieron en los cafés o bares de los barrios, de las plazas principales pueblerinas. Hubo una época entre los años 40s y 60s del siglo pasado en que los cafés de Medellín donde se escuchaban los tangos, milongas, valses y foxtrots argentinizados, tomaron nombres relacionados con el tango como El Armenonville, La Gayola, La Payanca, El Tambito (administrado por un hermano del famoso ciclista Ramón Hoyos), El Abrojito, que antecedió al Patio del Tango, del conocido Aníbal Moncada, Tangolandia, Belgrano 60-11,  en el barrio Guayaquil.- Muchos cafés o bares tangueros en distintos barrios de la ciudad: el Maipú y Bajo Belgrano en Aranjuez, el Café Amarillo en Belén, El Barcelona y el Monterey  en el barrio La Toma, El Sol de Oriente en Buenos Aires, El Viejo Paris en Enciso. De la misma manera otros similares estaban ubicados en poblaciones vecinas como los municipios de Bello, Envigado, Itaguí, Caldas y Copacabana. En ellos se cocinó la forma de aprender y sentir el tango. Desde el narciso intelectual en la madura edad, hasta el obrero o el taxista de siempre, el “conservatorio” que nos enseñó a tanguear fue el maestro Wurlitzer, un “piano” del café esquinero. Ahí está la diferencia sustantiva entre un tanguero del trópico y el “enflemático” tanguero del Río de La Plata.

2. La maestría que no pudo ser.

Los historiadores de la música culta o clásica señalan que en el siglo XIX  nace la música romántica, pues sus compositores, no obstante que no fueron más capaces que Bach o Mozart, si tuvieron la oportunidad de acceder a una cultura general más amplia. No estaban obligados a componer e interpretar para una Iglesia, una ciudad o un príncipe, sino que servían a auditorios más amplios desde que el pueblo llano y la ascendente burguesía se emanciparon. Los músicos preparados fueron bien recibidos en los círculos artísticos y literarios. Es usual el abuso del término romántico que puede aplicarse al murmullo del agua, a la luz de a luna en una noche de verano, por ejemplo. Pero el romanticismo fue una época de cambios que se manifestaron en todas las formas del pensamiento humano que a su vez motivaron formas libres en la música y en la ampliación de la armonía. Los colores de la orquesta fueron más refinados y mayor la creatividad de los compositores. (El ABC de la Música Clásica. E.van den Hooguen. Edit. Taurus.2004, pag. 401)

Entre los estudiosos e investigadores de la música ciudadana ocupa quizás el más destacado lugar, el médico Luis Adolfo Sierra (1916-1997) quien se adentró en lo que él denomina el tango romanza. Señala Sierra que a fines de la Edad Media nace una poesía con una determinada forma de composición sentimental que en  España se difundía en recitaciones y cantos con una denominación general de “romancera”. Los músicos romanceros darán origen a lo que en el Renacimiento se llamará “ópera”, lo cual en latín es “obra”, vale decir, el producto de los artesanos o trabajadores manuales, cuyo apelativo será “operarios”. Los textos poéticos teatrales, interpretados por solistas tomaron el nombre de “arias”, que se conservan hoy en ese género musical. Cuando esa aria operática es de carácter sentimental o amoroso se denomina “romanza”, modalidad que en Francia alcanzó la mayor difusión con acompañamiento de piano.

“Cuando los tangólogos hablan del tango romanza – dice el maestro José Gobello- no se refieren específicamente a aquellos que recibieron de sus autores esa denominación, ni siquiera se refieren a un género cantable. Llaman tango romanza a aquellos que aparecen envueltos en un aura romántica, aquellos en los que no queda ni un vestigio  siquiera de desplante arrabalero de los tangos amilongados, y en los que el carácter marcial que Canaro imprimió al tango luce bastante descaecido”. Podríamos sintetizar que el tango romanza es la escuela decareana y su desarrollo hasta la actualidad.

En la evolución del concepto “romanza”, la música instrumental tomó ese nombre para definir obras con fragmentos de atmósfera sentimental o romántica, con énfasis en la línea melódica. El tango romanza es puro tango. Se caracteriza por su riqueza musical, elevada dimensión estética, temperamento sentimental que siempre expresa un pensamiento romántico. ”El tango romanza es de finísima y emotiva línea melódica”. En su más clara y genuina expresión, el tango romanza es esencialmente instrumental y preferentemente pianístico, concluye Luis Adolfo Sierra. Y señala como los talentosos en el tango de esta línea a los pianistas Enrique Delfino, Juan Carlos Cobián, Francisco De Caro, Lucio De Mare, Horacio Salgán y Joaquín Mora.

El “negro” Joaquín Mora vivió en Medellín. Actuó como solista al piano en el Hotel Nutibara y su paso no tuvo la profundidad que debió haber tenido. Pero el Maestro Mora es una de las más importantes personalidades del tango como compositor e intérprete. Entre sus páginas están Divina, Yo soy aquel muchacho, Como Aquella Princesa, Al verla pasar, Margarita Gauthier, Más allá, y otras. Refinado en el teclado y  poco dado al protagonismo, Joaquín Mora vivió 35 años por fuera de su país, laborando como músico. Nació el 21 de septiembre de 1905 en Buenos Aires y murió en Panamá el 2 de agosto de 1979.

Medellín, y Colombia, no acunaron a Mora de manera integral. No reconocieron en él la capacidad laboral del músico y su enorme sensibilidad creativa. En buena parte por lo señalado en el acápite anterior. Mora fue un hombre de teclado, el compositor destacado y sencillo a la vez, que tocó el piano para los viajeros, para los comensales de un hotel de primera categoría en servicios, pero sordo e ignorante, como los huéspedes y administradores del sitio donde trabajó. Es posible que haya que decir lo mismo para la mayoría de la “aflicción” tanguera.

Coda final: al tango, como a los amigos, no se los escoge, sino que se los encuentra, se los acepta, se los sufre, decía el periodista Jorge Gottling. Habría que agregarle: al tango como a los amigos, hay que pedirles calidad y timbre.