Noche de gotas
La voz, la palabra, el poema
La tertulia de solo gotas
Esta vez contó con la participación de dos declamadoras y tres poetas.
Fue una dinámica pensada para resaltar la palabra, para reconocerla no solo en el poema escrito y leído por su autora, sino en las voces de quienes los recitan. Se trata de un grupo de amigas cuyas actividades se reparten entre lo profesional y lo lúdico. Su vida laboral transcurre en el campo del derecho, la economía, el diseño y las artes dramáticas, no obstante cada una dedica parte de su tiempo a la poesía y han conseguido hacerlo con propiedad.
Poemas de: Aurora Almar, Diana Pizarro, María Jaramillo
Voces: Amanda Pineda, Wayra Torres
Programa mayo 28 - 2015
Poema en la voz de Amanda Pineda
Poema casi infantil
Jorge Robledo Ortiz
(Santafé de Antioquia, 1917; Medellín, 1990)
Las sarmentosas manos del abuelo
tejen una caricia de ochenta años
sobre los rubios bucles de su nieto.
Borrachera de paz en la alquería.
Ambos miran al cielo:
el pequeño jugando con estrellas
y el anciano jugando con misterios.
De pronto, levemente
como el roce de un ala sobre el viento,
una voz infantil le hace cosquillas
al solemne silencio:
Cuéntame un cuento, abuelo;
o mejor, una historia,
una de esas que tú llamas recuerdos;
una historia de amor
con imposibles, con flores
y con versos.
No me digas que no.
Cuéntame, abuelo,
qué cosa es una madre?
qué es un beso ?
y a qué llaman recuerdo?
Las sarmentosas manos del anciano
aquietaron su vuelo.
el corazón aceleró su ritmo
la sangre subió incendios al cerebro,
y aquella noche azul de plenilunio
cuajada de asteroides y luceros,
a una infantil pregunta de diez años
temblaron los ochenta del abuelo.
mas era necesaria una respuesta.
en sus rodillas la exigía el nieto,
Esa pequeña humanidad curiosa
que por contar luciérnagas de cielo,
dejó los claros ojos tan abiertos
que el mismo sueño se escapó por ellos.
Era una vez,
no sé ya cuántos años
- Con voz cansada comenzó el abuelo -
Era una noche así como esta noche:
Ronda de luna en torno de los sueños,
arriba un surtidor hecho de estrellas
abajo un carrusel de limoneros;
y dejando volar la fantasía
sin medida y sin freno,
ya jugaba a enlazar constelaciones
con la soga sutil del pensamiento.
Era una noche quieta y silenciosa,
la calma se abría en círculos concéntricos.
Sufrían de mudez todas las flores
y de aguda "parálisis el viento".
era tanto el sosiego aquella noche,
tan estático estaba el universo,
que pensé que los seres y las cosas
sólo eran variedades del silencio.
Yo miraba hacia el cielo como ahora,
pero un distinto empeño
me incitaba a efectuar triangulaciones
con vértices brillantes de luceros.
no medía la altura con el alma,
la quería medir con el cerebro.
barajaba teorías de Aristóteles,
después de Ptolomeo,
me sentía girando en el espacio
según el pensamiento de Copérnico;
calculaba las áreas barridas
por las leyes de Brahe y de Keplero,
y en eterno zumbido de colmena
me parecía que en el firmamento
obedeciendo a la atracción de Newton
revoloteaba todo el universo.
Y pensaba, buscando elongaciones,
trazando elipses,
calculando excéntricas,
si no eran más felices los salvajes
aquella tribu Thonga, por ejemplo,
que creía que el sol tan sólo era
un reflejo de mar que iba ascendiendo.
Esa noche, pequeño, meditaba
pero de pronto, el viento
se rompió con el ruido de unos pasos
que venían del huerto
y tu futura madre, de veinte años,
saltó sobre los bordes del silencio.
Era así como tú: ojos azules
como dos lagos bajo el mismo cielo.
El meridiano del clavel cruzaba
por sus labios pequeños,
y la luna o el sol tenían algo
que ver con sus cabellos.
Fue una tarde de mayo ,
el surco estaba rendido de silencio,
y casi se escuchaba en la semilla
La gestación a un paso del misterio.
se sentó en mis rodillas,
crucificó mi vida con sus besos
me miró muchas veces,
Y con voz dulce como los ciruelos,
padre, me dijo,
alguien me pisa el corazón por dentro.
Ya le siento en la sangre
jugando a solas con mi sufrimiento;
ya sé que ha de venir, oigo su risa
galopando en el tiempo.
Ha de tener los ojos tan azules
como las tardes en el mes de enero.
No importa, padre, que me duela el alma,
que se rompa mi llanto en mil espejos;
que por mirar el sol sobre el paisaje
el ignore mi cruel desgarramiento.
Para que no le hieran las espinas
yo sabré ser un copo de silencio.
Nunca le cuentes que lloré en su ausencia
para que no comparta mi tormento.
Dile que fui feliz, que el esperarle
Fue tan sencillo como un bello cuento.
si le has de hablar de mí,
nunca le empañes con el llanto el recuerdo;
Dile que fue mi juventud más bella
al presentir su aliento.
No le cuentes mis horas de fatiga
que él no tiene la culpa de mi anhelo.
Durante nueve meses vi en sus ojos
sus ojos, mi pequeño.
Contemplaba sus trenzas y veía
los bucles de mi nieto.
Tu futuro veía por su angustia
con gajos de silencio.
Y llegaste por fin.
Mediaba enero.
La misma fecha en que tu madre entraba
a la juguetería del cielo ,
para decirle a Dios que te mandara
el trompo de un lucero.
Por pintar el azul de tus pupilas,
ella cerró las suyas sin recelo.
Para que tú gritaras
amordazó su aliento,
y para que tu risa fuera roja
sufrió en la suya palidez de hielo.
Ella era buena y se durmió soñando
que el fruto de su angustia sería bueno.
Pero duérmete ya.
La noche avanza .
No le hagas más preguntas al abuelo.
Un día crecerás y la existencia
te contará con sangre muchos cuentos.
entonces, con el alma lacerada,
en carne viva aprenderás, pequeño,
Qué cosa es una madre!
Qué es un beso!
Ya qué llaman recuerdo!
Las sarmentosas manos del anciano
reanudaron el vuelo.
El corazón normalizó su ritmo
la sangre apagó incendios del cerebro.
Y aquella noche azul de plenilunio
cuajada de asteroides y luceros ,
entre sonrisas se durmió el infante
Y entre sollozos se durmió el abuelo.
Poema en la voz de Wayra Torres
Mirringa Mirronga, la gata candonga
va a dar un convite jugando escondite,
y quiere que todos los gatos y gatas
no almuercen ratones ni cenen con ratas.
“A ver mis anteojos, y pluma y tintero,
y vamos poniendo las cartas primero.
Que vengan las Fuñas y las Fanfarriñas,
y Ñoño y Marroño y Tompo y sus niñas.
“Ahora veamos qué tal la alacena.
Hay pollo y pescado, ¡la cosa está buena!
Y hay tortas y pollos y carnes sin grasa.
¡Qué amable señora la dueña de casa!
“Venid mis michitos Mirrín y Mirrón.
Id volando al cuarto de mamá
Fogón por ocho escudillas y cuatro bandejas
que no estén rajadas, ni rotas ni viejas.
“Venid mis michitos Mirrón y Mirrín,
traed la canasta y el dindirindín,
¡y zape, al mercado!
que faltan lechugas y nabos
y coles y arroz y tortuga.
“Decid a mi amita que tengo visita,
que no venga a verme, no sea que se enferme
que mañana mismo devuelvo sus platos,
que agradezco mucho y están muy baratos.
“¡Cuidado, patitas, si el suelo me embarran
¡Qué quiten el polvo, que frieguen, que barran
¡Las flores, la mesa, la sopa!… ¡Tilín!
Ya llega la gente. ¡Jesús, qué trajín!”.
Llegaron en coche ya entrada la noche
señores y damas, con muchas zalemas,
en grande uniforme, de cola y de guante,
con cuellos muy tiesos y frac elegante.
Al cerrar la puerta Mirriña
la tuerta en una cabriola se mordió la cola,
mas olió el tocino y dijo “¡Miaao!”
¡Este es un banquete de pipiripao!”
Con muy buenos modos sentáronse todos,
tomaron la sopa y alzaron la copa;
el pescado frito estaba exquisito
y el pavo sin hueso era un embeleso.
De todo les brinda Mirringa Mirronga:
– “¿Le sirvo pechuga?” –
“Como usted disponga,
y yo a usted pescado, que está delicado”.
– “Pues tanto le peta, no gaste etiqueta:
“Repita sin miedo”.
Y él dice: – “Concedo”.
Más ¡ay! que una espina se le atasca indina,
y Ñoña la hermosa que es habilidosa
metiéndole el fuelle le dice: “¡Resuelle!”
Mirriña a Cuca le golpeó en la nuca
y pasó al instante la espina del diantre,
sirvieron los postres y luego el café,
y empezó la danza bailando un minué.
Hubo vals, lanceros y polka y mazurca,
y Tompo que estaba con máxima turca,
enreda en las uñas el traje de Ñoña
y ambos van al suelo y ella se desmoña.
Maullaron de risa todos los danzantes
y siguió el jaleo más alegre que antes,
y gritó Mirringa: “¡Ya cerré la puerta!
¡Mientras no amanezca, ninguno deserta!”
Pero ¡qué desgracia! entró doña Engracia
y armó un gatuperio un poquito serio
dándoles chorizo de tío Pegadizo
para que hagan cenas con tortas ajenas.
Poema escrito por Aurora Almar
Sentencia
Al día no lo acompaña más la luz,
huérfana la noche.
La incógnita se hace presente al paso del tranvía,
levanta el vuelo la lechuza.
Del péndulo del parque
la gota
cae
en el centro de este ahogo.
Tarde, las ataduras de la silla se liberan.
Dictaron la sentencia y el temor del verdugo la ejecuta.
Los cobardes se quedan en el fango.
Poema escrito por Diana Pizarro
Poema escrito por María Jaramillo
Cuando llueve sin término
En estos días del silencio, cuando llueve sin término,
los ríos acrecientan su canto para cerrar los grifos celestes
sin ofender el sueño de los ángeles.
Las palabras cansadas de su vuelo anidan en el pensamiento
sin poder hacer nada por los atropellados sobre la vía de ciertos ocasos.
La noche desde su viaje de color
toma el alimento de los días opíparos de los bárbaros,
mira el planeta con la congoja de las penas deambulando sin casa
y arrastra las cadenas de su vida noctámbula.
Si desde el otro lado de la tierra, las hojas del libro apócrifo de los dioses, callan,
aquí, los pájaros buscan un árbol para colgar su nido lejos de las ráfagas.
Si desde el otro lado de la guerra, los niños sueñan con las metralletas,
aquí, el espejo en mitad de la noche puede ver que nadie abrirá las puertas de la luz.
Si bajo la oscuridad ninguno mueve la rueda del tiempo,
el mundo para abrevar su sed y recobrar el aliento debe alcanzar un sueño.
Si en la negra escritura de las golondrinas sobre la página, el adiós es presagio,
el hombre para entender por fin lo que secretea la muerte en sus arterias
necesita esperar su último silencio.