Tejada Cano
Tal vez tenías el sabor del libro viejo, cerrado y silencioso
arrumado en la estantería de una biblioteca de pueblo.
Tal vez recogiste la historia de tus paisanos
hasta agotar en su severidad
ese rostro de niño.
Tal vez la genética rompió en tu sangre
con la misma fuerza de los peces para llegar al desove,
como la de María, la Cano irreverente.
Tal vez afianzaste tu ocio en los textos de Rodó,
y en las espirales de humo de tu pipa,
los ejemplos de Vidales.
Tal vez al pasar
dejabas tus noches ardientes sobre el asfalto
y volvías por más para sentirte vivo.
Tal vez te alimentabas de un cuerpo de mujer
y eras más que su piel,
el pliegue sentido de su vestido azul.
Tal vez te desprendiste de la vida
con paciencia por la incompleta
brevedad que te inspiraba.
Tal vez…
en la profunda contemplación de sus entrañas,
se alargaron tus piernas y se agudizó tu mirada.
Tal vez tu voz no se escuchó en el pueblo
porque le diste vida y libertad a las letras.
Tal vez en un hijo querías resumir la esperanza,
y ella se fue con él, los dos con ella,
y quedó ella... tu mujer, la madre.
Los hechos cotidianos
los revistió tu pluma con su tinta joven,
tinta en gotas, como tus sentimientos, grandes.
Anécdotas de un pueblo, perlas negras de sátira,
quebradas por cuya brevedad vertías
la lucha de esos tiempos y la indomable tempestad del alma.
Eras de tinta Luis, de tinta y de papel fueron tus días.
María Jaramillo