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Proyecto Suramérica

12.03.2014 15:48

Proyecto Suramérica

María Jaramillo Villegas

Marzo de 2013

Memorias de un sueño:

Entre abrazos, destellos de flash y sonrisas, Paisas y Vallunos, nos agrupamos para los registros con poses cada vez más extrovertidas. Apenas si sabíamos que desde aquella terraza contemplábamos a Cali. Lo que no imaginamos, fue la posibilidad de estar cinco o seis días más tarde, en cualquier país suramericano en busca de otra familia, dispuesta a permitir un camping en la sala de su casa.

El mismo brazo, cada vez más próximo, se hacía sentir sobre mí hombro. Su dueño empezó ocupando el espacio vacío a mi izquierda y se fue acercando. Aunque fuera una coincidencia me cuidé de respirar al principio y continué por varias horas evitando encontrarme con sus ojos.

Escritores, poetas, teatreros, músicos y sobre todo soñadores, reunidos allí, le apostamos a creer. Es lo que siempre se hace cuando uno se juega lo que tiene por alcanzar una meta. Nuestros anfitriones sonreían. Las palabras cálidas y el olor de la buena cocina fueron una provocación de jugos gástricos, un alboroto de la glotonería, una manera de integrarnos, un alivio de nuestras primeras dudas. Con la presentación personal, sugerida por la dueña de casa, empezó tanto para ella como para nosotros el “Proyecto Suramérica”.

Afuera, a pocos kilómetros de nuestro refugio, una franja de campesinos afectados también por la injusticia, luchaban por hacer valer sus derechos. La vía que conduce desde el departamento del Cauca a la frontera con Ecuador, la cerraron el 25 de febrero. Dos días llevaba el paro cuando llegamos a Cali. Se esperaba negociar en unas horas. Mientras tanto sorprendidos e impotentes  vimos transformar el hogar de los Grimaldo en una tienda de campaña para recibirnos.  

Pero tuvimos fe, y la fe es un acto de entrega al cual se recurre para resolver lo que no alcanzamos a comprender. Amanecimos contentos, confiados y agradecidos. Salimos con el estómago y el corazón llenos, cargados de maletas y con el poco dinero que traíamos amarrado al cuerpo. No fue fácil despedirnos sin aportar nada para los gastos cubiertos por Margarita y Jaime. Era necesario tener una reserva. Si en alguna ciudad dejaban plantados a los organizadores del evento, comer y dormir eran prioridades a satisfacer de nuestro bolsillo.

Mientras atravesamos la cuidad pensé en Cervantes… en su hijo Sancho, el hombre leal que acompañó al quijote hasta su muerte. Es probable que en las aventuras quijotescas ya no queden personajes que sepan tirar por tierra a los listos que se creen superiores y pretenden burlarse de los otros.

Llegamos a la terminal con una disposición diferente. Cada cual llevaba sus corotos, los más  hábiles adelante. Así estuviéramos dispuestos a cargar lo nuestro, no siempre es posible cortar de un tajo la solidaridad, hay seres que la prodigan sin esfuerzo. Así y porque sí, las cargas se repartieron y tal vez devolví la mirada sobre él, atraída por su gesto bondadoso, su aptitud positiva y la blancura de su sonrisa. Ayudó a dejar las maletas en el casillero y las arrastró por el pasillo. Por primera vez observé su cuerpo magro y cuidado.

Ese día, transpiramos nuestras dudas por las calles de la ciudad. Dos más de los compañeros, ahora con investidura diferente, nos guiaban con recelo. Renovamos conceptos, sustituimos opiniones, compartimos el almuerzo y nos sentimos como turistas guardando cada monumento o cada detalle en los registros.  Pero no fue suficiente para olvidar ¿Cuál sería la solución si al caer la noche la vía continuaba cerrada? La lealtad tiene sus límites. Se diluye cuando no es recíproca. En una ciudad llena de vida, cálida y acogedora, rumiamos también la incertidumbre.

Éramos doce los participantes en el proyecto, seis Paisas y seis del Valle. Los antioqueños  llegamos a Cali para emprender el recorrido por varios países suramericanos bajo la dirección y responsabilidad de una fundación gestora, dedicada al arte y la cultura. Asumimos el nombre de “Artistas por la paz”. Ecuador, Perú, Argentina y Chile, esperaban nuestra visita. Nos ofrecieron comida, alojamiento y transporte a los sitios designados para las presentaciones. Pagamos a la organización, aquí en Colombia, lo correspondiente al transporte de ida y regreso desde Cali. En tres países teníamos asegurada la salud. Por cuenta nuestra estaban consideradas: las comidas en carretera, las entradas a sitios turísticos y las compras o consumos adicionales.

Volvimos a la terminal de transporte con la esperanza de salir esa noche para Ecuador. Nos sentamos enfrente de la venta de pasajes a esperar. No estaba la gestora, tampoco el compañero que se quedó con ella. Era de esperarse, en estos lugares cuando hay cierre de vías, el tic tac de los relojes supera todos los sonidos y afecta el raciocinio. No hay interlocutores. Miradas vacías o nerviosas acrecientan la preocupación. La solución no estaba en la taquilla, ya lo sabíamos y esperamos escucharla al regreso de boca de la responsable del grupo.

Con esa carga al hombro, los rostros empiezan a ceder y en cada semblante se dibuja la inseguridad. A diez horas de la frontera el panorama era desalentador, no darían paso hasta tanto no fueran aceptadas las condiciones de los caficultores. Dos compañeras, lograron alojamiento en la casa de unos amigos conmovidos por lo ocurrido. Para los demás era necesario un plan B. Un plan equitativo. Uno de esos planes considerado innecesario en medio de la euforia y el optimismo.

El hilo del cuento tejía en cada cabeza incógnitas diferentes, de frente a mí, la franqueza de su expresión me alentó. Era él, el que acompañó a la gestora, el siempre atento, dispuesto y carismático. Apareció hambriento pero satisfecho, nos ofreció café con pan de bono. Me atreví a mirarlo, esta vez de pies a cabeza; respiré el aroma que dejaba al pasar ofreciendo de uno en otro. Era una mezcla fuerte de harina caliente e infusión de grano. Era el olor de mi tierra, inconfundible, que no deja espacio para aspirar nada más.  

Esos ratos donde la tensión cedió la pasamos bien. La gestora iba y venía como los comentarios y las expectativas. Ni ella ni nosotros acertábamos a tomar determinaciones. Se fueron las amigas y con ellas el muchacho de Pradera. De los cuatro con más empatía quedamos dos. De los restantes, nadie quiso abandonar la espera, a pesar del ofrecimiento para asistir a una obra de teatro programada por Plenilunio, una organización dedicada a la divulgación de la poesía en la ciudad de Cali. El ambiente se enrarecía pero solo cuando quedamos unos pocos se hizo más patética la carencia de liderazgo. Era el momento de encontrar el timón. Veinticuatro horas después de llegar con la ingenuidad de los ilusos, debíamos reaccionar.

El desespero cunde, los ánimos se exaltan, las palabras se cruzan. Nada diferente a lo de siempre; con esa forma de actuar tan humana como impositiva, desprovista de una lógica conciliadora, se atropellan los sentimientos. No más tiempo sentada frente a una taquilla, si era necesario caminar el resto de la noche para encontrar una salida, pues adelante, todos juntos. Y… Si el día no fue suficiente para encontrarla, ¿Ahora qué?...  Salimos a dar vueltas sin sentido, sopló el viento en todas direcciones, refrescó nuestros rostros acalorados e impotentes, pasó por entre faldas y piernas, siguió el rumbo de los transeúntes, de las calles iluminadas y los balcones abiertos.

Y entonces, apareció la idea salvadora, la frontera solo era posible cruzarla en avión. A la mañana siguiente se tomaría la decisión. La noche nuestra volvió a ser cosa de Margarita y Jaime. Entramos con la cabeza gacha, pero a diferencia de mis compañeros, yo traía un comodín. A la poeta, autora de “La niña de chocolate”, a la Pocahontas de la trenza dorada y a su esposo Jaime, les debemos el techo, la comida y los mimos durante los demás días del paro. Supongo que tanto a los lectores de este relato como a nosotros los autores de la pantomima, aún nos inquietan los motivos de su generosidad. Ellos, el hijo y hasta el perro nos acogieron. Llegamos cuatro y en las horas de la madrugada entraron dos compañeros más con la gestora del proyecto y su nuevo marido. Margarita su amiga, amiga nuestra y amiga de todo el que se deje querer, no le puso precio a sus atenciones.

Al día siguiente ella nos propuso ir a Pance mientras se continuaban las diligencias del viaje. No definimos la hora para hacerlo, ni quién lo haría. Entre crédulos y tercos hay afinidad. El arte de la resistencia reside en la carencia. No sé decirles, si creímos o resistimos pero  lo disfrutamos. La naturaleza y su contacto apaciguan. El río y su sonido depuran. La vida tiene su encanto en estos sitios de verdor y trinos. No se expresaron los agobios. Las cámaras otra vez registraron las sonrisas y las coincidencias de los abrazos se volvieron mutuas. Puse sobre su hombro mi cabeza. Su cuerpo era música, ya lo sabía y la resistencia del mío cedió. Fue un tiempo sin angustia, esperanzado, compartido en grupo.

El límite entre los sueños  y la realidad es imperceptible, de uno a otro el cambio es brusco. Por eso volvemos a la vigilia sorprendidos. La gestora y su marido, después de disfrutar del paseo, continuaron el camino de regreso hasta el centro para comprar los tiquetes de avión. Una noche más en la casa de Margarita y Lam nos llevaría de Cali a Esmeraldas en Ecuador. Buena idea pero muchos como nosotros querían pasar la frontera y compraron su pasaje en el día, al atardecer solo quedaba una posibilidad, viajar el lunes, es decir, tres noches más como huéspedes. El anhelado plan B apareció tarde.

La necesidad del acuerdo es pertinente cuando la esperanza está en riesgo. Nadie, como dije al principio, estaba preparado para asegurarse el paseo invadiendo un espacio de familia. Mucho menos si el dueño está en recuperación de una cirugía de corazón abierto. Siempre hay un límite a partir del cual es necesario convenir o decir no. A ese punto habíamos llegado. De caras lánguidas y brazos caídos nos distribuimos en el salón de la familia Grimaldo. Uno de los dos directores de la gestora, el antioqueño, se ofreció para llevar la vocería y todos aceptamos. Fue el momento propicio para escucharnos. Desprovistos de cualquier prevención, ahora éramos lo que debimos ser desde el primer día, un grupo de “Artistas por la paz” atentos a las necesidades de cada uno, dispuestos a negociar los imprevistos y a respetar lo convenido. No sé si mis compañeros pensaron en las carencias ignoradas de buena voluntad. Nadie, que yo sepa, exigió un contrato como respaldo. No teníamos una dirección de la sede, o de la casa a donde llegamos o un teléfono. Los recibos acusando el pago se hicieron en talonarios de tienda, sin membrete, ni sello. No nos dieron un programa con los eventos y presentaciones de cada uno en los diferentes países. En estas condiciones era obvio que a muchos se nos ocurriera viajar por cuenta propia. Si alguien se hubiera sostenido en la idea, la mayoría lo hubiéramos respaldado. Entre nosotros siempre hubo empatía, respeto, reconocimiento y estímulo. Viví una experiencia maravillosa, fueron cinco días de convivencia a la sombra de unos anfitriones - perdón - ¡del carajo!

La gestora y su esposo llegaron en las primeras horas de la noche con dos botellas de vino. Antes de presentar su plan de viaje, nuestro vocero expuso con serenidad los puntos, una de las poetas intervino en cada corte para mantener el orden. Y el orden se mantuvo, las dudas también. Solo uno, el más joven, el muchacho que se ganó mis afectos, permaneció en silencio. Como él, yo creo que allí no quedaba nada por decir. Supongo y vi el desagrado de la gestora, creo que su mayor temor era escuchar una renuncia en bloque. Tal vez por eso insistió en cortar pronto, por eso nos volvió a dejar solos y se fue a la terraza con el vino, por eso regresó a la madrugada como todos los días bebida y eufórica. Ya para ella había pasado lo peor, mis compañeros los de ese “Proyecto Suramérica” de cinco días, no podían volverse atrás.

La mejor dicha, es la que nos invade cuando rompemos el lazo que nos amarra al poste y más si  nos amarraron con el consentimiento nuestro. Mi cuerpo estaba relajado, los pensamientos se sucedían en orden. Esa noche antes de terminar la reunión, saqué el comodín. Bien dijo nuestra gestora en la terminal el día anterior, “Si hay algunos aburridos se pueden ir, yo les devuelvo el dinero”. ¡Perfecto! Respondí.

El cierre de la vía fue positivo para las dos. No era culpa suya, pero yo tuve tiempo de analizar la respuesta y confrontarla con los hechos. Los imprevistos aparecen en la mayoría de los viajes, ya he vivido para aprenderlo. Las soluciones se negocian, las personas a cargo son valiosas. Recogí mi dinero. Me despedí de mis compañeros y a cada uno le expresé mis sentimientos.

Si… Debo reconocer que fui especial con él. Como artista era un honor para el grupo, como ser humano fue un regalo para enriquecerme. En cinco días aprendí lo que no hice en toda mi vida; aceptar el valor de su raza, la humildad y la resistencia de estos seres humanos. Así se lo dijo la otra poeta negra a uno de mis compañeros cuando la desesperaron tantas opiniones encontradas: “Ustedes no resisten porque lo tienen todo fácil”. Palabras sabias de una mujer inteligente y recia que ha sufrido.

Al día siguiente y en vista del malestar de todos, se convino el alojamiento en Palmira en las oficinas de la fundación. Salieron primero la gestora, su esposo y dos compañeros. Nos quedamos otros tres y yo. Jaime y Margarita nos aceptaron con agrado. Ese día, más que los anteriores disfrutamos de su conversación, del cariño y cuidados para todos y como si no fuera suficiente, de la invitación para quedarnos en su casa hasta el lunes. Yo quiero que se queden, nos dijo Jaime, me gusta la compañía de ustedes. No puedo omitir otra bondad más de nuestro anfitrión, el mismo, lavó la ropa de mis compañeros tal como acostumbra hacer con la de su familia.

Los baldes, el jabón, los cepillos, la escoba y la trapeadora salieron de sus puestos. El aseo de baños y rincones  fue una labor en manos de artistas sin egos inflados, dispuestos a corresponder. Uno de ellos, el director de grupo de los antioqueños, no pudo quedarse. En Palmira lo esperaban con urgencia. No obstante su insistencia por permanecer en Cali para una mayor comodidad de todos, se nos fue. No soy testigo de lo ocurrido allá pero cuentan que las oficinas de la fundación están ocupadas, que la poeta antioqueña, líder desde su llegada, con un temple diferente al bailarín de Pradera pero con el coraje de su misma raza, se reveló. La gestora se sintió maltratada y como víctima expresó su inconformidad con el grupo, también con mi permanencia en casa de los Grimaldo. Yo acepté la invitación como mis compañeros…

Los mejores días empezaron a partir de ese momento. El bailarín de chocolate, como diría Margarita, era uno de los tres invitados. Me dio gusto verlo satisfecho. Sentir un poco de esa felicidad que irradia. Vivir con todos el ritual del Duende de San Antonio, ver en su muñeca el brazalete, amuleto de la buena suerte y recuerdo de las nuevas vivencias. Llegar a Plenilunio donde volvió a ser recibirlo como lo que es, un artista de talla que hizo del baile su profesión, un joven con entrenamiento del cuerpo y espíritu dispuesto.

Al final, los cinco juntos, Manyoma con nosotros. Con “Los cuatro de la mesa redonda”, con los Caleños, con Margarita y con la satisfacción de no presidir, de no estar por encima de los demás.  El abrazo sincero, el gusto por encontrarnos y  mi esperanza de verlos al regreso con un sueño cumplido. En el Club La Matraca, la rumba, el baile, los brindis y el adiós… siempre el adiós.

Toda experiencia de viaje se divide en tres, la que se espera, la que se vive y la que se cuenta. Yo esperaba llevar a los países programados una muestra de algunos de nuestros valores en el arte y la cultura, una recopilación de la actividad mensual de “Gotas poéticas”, en un documental. Tanto para Margarita como para mí, “El proyecto Suramérica”, fue una experiencia inolvidable pero con una connotación diferente. Esta es, desde mi percepción, la que quise contarles. La vivida terminó en el aeropuerto de Cali el martes cinco de marzo. Los demás salieron para Esmeraldas el lunes cuatro de marzo como estaba pensado.