La sentimos a cada rato, sobre todo al recorrer las calles aledañas al centro de sus actividades. Hablar de Rodrigo no es fácil, sentirlo si. Los hombres como él, despiertan una gran admiración pero se deslizan por la vida sin hacer gala de sus bondades. Diré lo que vi, lo experimentado en su presencia, siempre dentro de ese gran espacio hecho a su imagen y semejanza, El Pequeño Teatro. Tampoco puedo aportar con este comentario nada importante o más valioso que los numerosos homenajes rendidos. Si estuviera a su alcance detenerlos, lo hubiera hecho. Era un hombre de teatro, no lo puedo sentir en otro espacio aunque para él la política fuera un campo en donde siempre buscó hacer justicia. Rígido en las posiciones defendidas, en hacer respetar los valores, la norma, las convenciones culturales. Transmitía con su presencia de Quijote, en cada una de sus presentaciones, un mensaje a favor del doliente. A pesar de los múltiples inconvenientes para sostener una empresa dedicada a la cultura, él sobrevivió, supongo que a punta de donaciones voluntarias, una costumbre adoptada como recurso para pagar al artista. Trató de despertar la conciencia de los espectadores, de los medios, de las autoridades, sobre la importancia de la labor cultural. Creo que se fue sin coronar muchas de sus ideas, pero eso es parte de la existencia, lo debió comprender y a lo mejor aceptar, porque los hombres honestos empiezan por no engañarse a sí mismos y él luchó por sus causas hasta entrar en su último silencio.
María Jaramillo Villegas