Hay gracia en su rostro. Al conocerla la percibes. Más adelante, cuando te cruces unas palabras con ella, cuando observes su ritmo al andar, cuando te sientas cansado y ella todavía sea toda sonrisas, cuando sepas cómo le da trámite a los problemas, cuando se tome una pista de baile y le devuelva el brillo de juventud a su pareja, cuando se posesione del escenario para leernos lo que escribe, cuando la veas rodeada del cariño de su familia, podrás estar de acuerdo con quienes tenemos el privilegio de ser sus amigos. Hay mucho más en ella que su presencia fina y su elegancia.
Llenamos el auditorio del Ballet Flolclórico de Antioquía. La acompañamos a presentar su nuevo libro y disfrutamos de su espíritu amplio, sin egoísmos, presta a compartir su momento con los otros poetas y a regalarles una buena parte de su protagonismo. Maestra de ceremonias de su propio evento, llamó a sus amigos caleños a pasar al micrófono, aplaudió los poemas de sus complices allí presentes, dedicados a la misma pasión que la revitaliza. Cantó al compás de la música colombiana interpretada por un trío de amigos. Hay que complementar esta afirmación, donde ella esté, los demás se volverán sus amigos.
Escuchamos el prólogo escrito por uno de sus hijos y vimos a uno de sus nietos introducir la velada, la seguimos hasta su casa; comida, vino, música y Cali con ella..., recordando uno de los viajes más complicados de esta poeta, el de Suramérica. Nada la amedranta, recorrió más de 4.800 kilométros sin cuidados preferenciales, dando ánimo y calor de madre a todos los demás. Hace ocho días volvió, estuvo esta vez a su manera, bajó hasta Argentina a la feria del libro y a algunos recitales y regresó a demostrar con este y varios eventos más, donde ella preside, que el tiempo alcanza para lo que queremos hacer, que la vida es un reto para superar con alegría y que nuestros seres queridos -familia y amigos- en buena parte nos contituyen.
María Jaramillo Villegas
