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Sinfonía en piedra de sol

07.11.2013 00:09

María Jaramillo Villegas

 
La poesía, como el canto de la sirena, entra por el oído. El influjo irresistible de su musicalidad lleva intencionalmente a quien la escucha a  amarla y a sufrirla. Octavio Paz llegó a mí con la voz atractiva e hipnótica de la cual está impregnado su poema “Piedra de sol”. De los últimos tres versos de la primera estrofa  parte mi interpretación:
 
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,
 
Esas alas visibles desde la tierra, deslumbran cuando se abren en mitad del cielo. En cambio la verde soberanía del planeta solo puede abarcarla la mirada cuando está ubicada por fuera de la esfera terrestre. En ese momento lo verde se abre sin la limitante del ocaso. Para contarlo así, Paz se recrea desde un entorno diferente al nuestro. Habita un lugar privilegiado. Desde allí recorre la piel del mundo, se abre paso sin oposiciones, discurre sobre el presente y hay una proyección hacia el futuro y un foco de atracción con el pasado. Como el autor lo consideró, su poema es una frase circular de principio a fin:
 
voy entre galerías de sonidos,
fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados,
bajo los arcos de la luz penetro
los corredores de un otoño diáfano,
 
Agudizo el oído, me dejo llevar por los compases. Voy hacia el encuentro de la revelación del origen profetizado: una presencia, como un canto súbito. Una mirada que sostiene en vilo al mundo con sus mares y sus montes, Escucho la voz del  que está por fuera de su historia y dentro de la misma. Siento el desafío del enigma en el canto del poeta, del hombre constituido en dios y lo veo abarcar la corporalidad de su entorno, visible en él y por él, como un cuerpo de luz filtrado por un ágata.
 
El erotismo va marcado por la palabra. Hay una ligazón entre ella y el cuerpo que acrecienta el tono y pone de presente el movimiento. Fluyo entre las presencias resonantes, dice el verso. Un reflejo me borra, nazco en otro, responde el poeta, y continúa con su fluir  entre bosques y ciudades, con el goce de palpar cada tramo, cada pedazo de la epidermis de la piedra, de recorrer vientres y plazas, de no encontrar la diferencia entre una frente o una luna; hasta  desintegrarse, recoger los fragmentos y proseguir sin cuerpo. Son el deseo y la evocación, vividos desde la exuberancia del ser y del planeta. Es dejar el uno para reencontrarse en el otro, es crear un mundo con cuerpo de mujer:
 
voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,
 
vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,
 
tu falda de maíz ondula y canta,
tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,
 
voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada, se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,
 
¡Oh grandeza! Tan carnal como mística. A pesar de su fuerza y de su belleza no logra saciar. Se aviva el deseo, deja lugar para el reencuentro. Hay ansiedad, nostalgia y una fragmentación predestinada. Evidente la influencia de Nietzsche. Una búsqueda sin encontrar, una búsqueda sin fecha. Un regreso a la juventud por entre los rostros de la adolescencia, los innumerables rostros ya sin nombre. Melusina, Laura, Isabel, Perséfora o María, todas en una sola. Todos los pájaros en un astro. La huella de una etapa aún en la memoria, configurada por una pincelada:
 
adolescente rostro perseguido
años fantasmas, días circulares
que dan al mismo patio, al mismo muro,
arde el instante y son un solo rostro
los sucesivos rostros de la llama,
todos los nombres son un solo nombre
todos los rostros son un solo rostro,
todos los siglos son un solo instante
y por todos los siglos de los siglos
cierra el paso al futuro un par de ojos,
 
no hay nada frente a mí, sólo un instante
 
el instante se abisma y se penetra,
como un puño se cierra, como un fruto
que madura hacia dentro de sí mismo
y a sí mismo se bebe y se derrama
el instante translúcido se cierra
y madura hacia dentro, echa raíces,
crece dentro de mí, me ocupa todo,
me expulsa su follaje delirante,
 
oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece.
 
A cada verso se hace más patética la influencia de uno de los maestros de la sospecha del hombre que anunció la muerte de dios. Los sucesos van uno tras otro. La mirada no alcanza a percibirlo todo, la lectura tampoco. ¡Caer, volver, soñarme y que me sueñen otros ojos futuros, otra vida, otras nubes, morirme de otra muerte!  Un regreso, un eterno regreso. Una enorme ruleta llena de calles, rostros, plazas, parques, manchas en la pared; las del mundo, las del hombre, las de sus vicios y pasiones. Los cuartos que se abren, que se cierran, cuartos que son navíos que se mecen en un golfo de luz. Solos, ocupados, vacíos ¿Hay alguien en ellos? Y al fin, el propio cuarto. Es Paz en la presencia de  Nietszche, Paz escuchando su voz que le recuerda: “El eterno reloj de arena de la existencia ha dado la vuelta una y otra vez, ¡y tú con él, polvillo de polvo!
 
esta noche me basta, y este instante
que no acaba de abrirse y revelarme
dónde estuve, quién fui, cómo te llamas,
cómo me llamo yo.
 
Octravio Paz, su poema, sus giros constantes. El devenir sin descubrir al otro, sin descubrirse. Cortar del fruto es un giro más, que apunta al origen. Y el hombre se abre, come de él y estalla como un astro taciturno Es el momento de la descripción cínica. Es el ojo atento del visionario para hablar sobre lo que somos, lo que hemos sido, lo que volveremos a ser. En un instante supremo consuma su visión con objetividad. Rescata la esencia perdida y glorifica al ser, centra al amor en una parte de su verdad: "amar es combatir, es abrir puertas/ dejar de ser fantasma con un  número/ a perpetua cadena condenado/ por un amo sin rostro;/ el mundo cambia ¿pero cambia el mundo? El hombre se debate entre comer el pan envenenado o la flor invisible de la castidad, el difícil diamante de los santos". El mundo en presencia de su dios, la vibrante transparencia, el ser sin rostro, el sol de soles como lo llama Octavio. Un dios rodeado  por la convulsión, y…
 
las leyes comidas de ratones,
las rejas de los bancos y las cárceles,
las rejas de papel, las alambradas,
los timbres y las púas y los pinchos,
el sermón monocorde de las armas,
el escorpión meloso y con bonete,
el tigre con chistera, presidente
del Club Vegetariano y la Cruz Roja,
el burro pedagogo, el cocodrilo
metido a redentor, padre de pueblos,
el Jefe, el tiburón, el arquitecto
del porvenir, el cerdo uniformado,
el hijo predilecto de la Iglesia
que se lava la negra dentadura
con el agua bendita y toma clases
de inglés y democracia, las paredes
invisibles, las máscaras podridas
que dividen al hombre de los hombres,
al hombre de sí mismo,
se derrumban
por un instante inmenso y vislumbramos
nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
 
El tiempo, el creado por Cronos, tiempo de cosecha. El recreado en Aristóteles, San Agustín, Newton, Kant y Bergson; el de Ortega, el histórico, y porque no, el de Nietszche, el de Octavio Paz y el del hombre, que sumido en la recreación de los hechos, los fusiona en una sucesión de orden psicológico. Tiempo que atraviesa las diferentes fases del poema con un lenguaje profético. Expresiones relativas al concepto que se afinan al final. Se hace un recuento de personajes. Un recuento abierto por la pregunta: ¿no pasa nada, sólo un parpadeo? Lo retoma el poeta de una de las estrofas anteriores, se mofa de haberlo creído, de insinuar que nada pasa, de estar en el medio sin referirlo y lo usa como el abrebocas para repasar la historia:
 
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,      
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso
 
¿no pasa nada, sólo un parpadeo?
y el festín, el destierro, el primer crimen,
la quijada del asno, el ruido opaco
y la mirada incrédula del muerto
al caer en el llano ceniciento,
 
Desde Agamenón y su mugido inmenso y el repetido grito de Casandra. Sócrates en cadenas, Esculapio, Ninive, Bruto, Moctezuma en el lecho de espinas de su insomnio, el viaje más contado por Robespierre, los pasos ya contados de Lincoln al salir hacia el teatro, el estertor de Trotsky y sus quejidos de jabalí. Madero y su mirada que nadie contestó ¿Por qué me matan? Y pasa el criminal, el pobre diablo, el santo y un cementerio de frases y de anécdotas que los perros retóricos escarban. Cínico, cada vez más cínico, mientras más se recrudece el tiempo de nuestra historia hecho según la mirada de los vencedores. Y ante lo irreversible, la sombra  y compañera de todos los momentos. La que llevamos puesta, la invisible. La que se queda con triunfos y tristezas. La que apaga la luz de los cerebros, la mata candelas.
 
el delirio, el relincho, el ruido obscuro
que hacemos al morir y ese jadeo
que en la vida nace y el sonido
de huesos machacados en la riña
y la boca de espuma del profeta
y su grito y el grito del verdugo
y el grito de la víctima...
 
su muerte ya es la estatua de su vida,
un siempre estar ya nada para siempre,
cada minuto es nada para siempre,
un rey fantasma rige sus latidos
y tu gesto final, tu dura máscara
labra sobre tu rostro cambiante:
el monumento somos de una vida
ajena y no vivida, apenas nuestra,
 
¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
 
El poeta, como sus dioses, desde el oráculo habla. La voz poética alcanza su cumbre.  El mundo ha pasado por sus manos, se mofó de él, se dejó tentar por la posibilidad de rasgar su velo y descubrirlo y reencontrar su esencia y su sentido en él. Lo ha visto, lo ha sentido. Regresa del vértigo y el vacío. De la soledad y de la falacia del amor. Del tiempo como la repetición constante de los hechos, al recorrido profético del hombre empeñado en entender su origen. De una fuerza interior, de una historia de pocas luces y grandes sombras, hasta su mejor sentido:
 
Soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
 
puerta del ser, despiértame, amanece,
déjame ver el rostro de este día,
déjame ver el rostro de esta noche,
todo se comunica y transfigura,
arco de sangre, puente de latidos,
llévame al otro lado de esta noche,
adonde yo soy tú somos nosotros,
al reino de pronombres enlazados,
 
¿En dónde estaba el hombre cuando el escritor soñaba? Tal vez es un sueño que se sueña o cumple un papel  en la gran comedia, la misma comedia  con sabor a tragedia que nos circunda. El mismo despertar a la naturaleza. Glaucón interrogado en La caverna, la canción por cantar a la cual se niega Alicia. El mismo Segismundo cuando se reconoce. La afirmación de Shakespeare cuando dice: “Estamos hechos del material de los sueños”. Y Octavio Paz los durmió:
 
dormí sueños de piedra que no sueña
y al cabo de los años como piedras
oí cantar mi sangre encarcelada,
con un rumor de luz el mar cantaba,
una a una cedían las murallas,
todas las puertas se desmoronaban
y el sol entraba a saco por mi frente,
despegaba mis párpados cerrados,
desprendía mi ser de su envoltura,
me arrancaba de mí, me separaba
de mi bruto dormir siglos de piedra
y su magia de espejos revivía
 
Al rumor de su sangre Paz despega sus párpados, retorna como una ilusión, una sombra, una ficción y frente a él retornamos también sus lectores, para especular, para seguir en el asombro de encontrarnos en el punto de partida. Para repetir su poema y en cada recorrido escribirlo distinto, al fin de cuentas sabemos que se cumplirá la voz del oráculo: llegaremos siempre a...
 
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
 
 “Piedra de sol” dio la vuelta. Sostener la atención del lector durante cuarenta minutos,  tiempo utilizado por el autor para leer su poema, requiere de un talento especial, de estudios y conocimientos generales, de un manejo del idioma, de una pasión por la poesía. Cualidades con las cuales es posible calificar a Octavio Paz. Aún en su época, atreverse a una propuesta poética de tal magnitud, era una aventura, un desafío y a la vez un goce. El goce que le depara a quien logra un estado avanzado de inspiración, sostenerse en la nota. Me gustaría tener un atrevimiento más: Este poema, sin rima logra con su musicalidad, con la unidad de su tono, con su larga duración y con la conjugación de sus elementos, transportarnos a la experiencia auditiva de una sinfonía. Leerlo a dos o tres voces es un ensayo que vale la pena hacer.