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Un pájaro

14.04.2014 00:39

Por Reinaldo Spitaletta

 

Aleteaba a la velocidad de un colibrí. Su pico era largo y ganchudo. Plumaje con brillos incandescentes. La primera vez que lo vi, yo estaba frente al espejo, peinándome. Su imagen virtual me encandiló. Parpadeo rápido, repetido. Sensación de sueño. Voló. Continué, sin asombros, mi labor de arreglo capilar. Entonces, apareció de nuevo. Vino hacia mí. Creí que chocaría contra mi cabeza. Penetró en la luna de azogue y picoteando mi reflejo, lo consumió. Yo -para ser sincero- estaba fascinado con el espectáculo. Un pajarraco me tragaba detrás del espejo. ¡Increíble! Salió, saciado, y se fue a posar sobre la cabeza de mármol de Beethoven. Recordé, explicablemente, El Cuervo, de Poe. Intenté espantarlo con la toalla. Nada. Inmutable. Llamé por teléfono al vecino. Cuando llegó, su cara resplandeció con los destellos del ave. “¡Qué hermoso pájaro!”, exclamó. “Pues se acaba de tragar mi imagen y ya el espejo no me refleja”, apunté con desesperos. El vecino me miró, extrañeza en sus ojos. “Vamos a ver”. Nos acercamos al espejo. Solo él se reflejó. El pájaro voló con furia, repitió la operación. También se tragó la imagen del vecino. “Esto es imposible”, dijo. El avechucho, otra vez sobre la cabeza del genio, parecía sonreír. Es, de veras, muy rara la sonrisa de un pájaro. “¡Hay un peligro!”, dijo el vecino, con cierto dejo de preocupación. Y agregó: “Cuando haga la digestión de nuestras imágenes, sentirá hambre y nos devorará a nosotros realmente”. Acababa de pronunciar su alerta, cuando ya estaba en la puerta. “¡Vámonos!”, me gritó desde afuera. Volví, esperanzado, a mirarme en el espejo. En esos instantes, el pájaro levantó vuelo, rabiosamente. Me atacó. Y mientras el ataque sucedía, mi vieja imagen, peinándome, reapareció detrás del espejo. Él, o esa cosa indefinible, se tragaba la realidad. Y yo me veía desaparecer desde el otro lado… Confieso que me siento bien viviendo dentro del espejo. El pájaro, entre tanto, sigue ahí, sobre la imperturbable cabeza de Beethoven.

 

(Del perdido libro Desfabulaciones)